23 ago 2011

Final


La escena era dantesca. Hasta donde alcanzaba su vista lo único que había eran escombros y cadáveres. Viejos y niños. Mujeres y hombres. Gatos y ratones. Todos muertos.
Era una casualidad milagrosa que en el momento de la terrible explosión él se encontrara en el sótano de su casa. Sólo se atrevió a salir de allí cuando todo quedo en silencio, después del tremendo estruendo. Al abrir la trampilla y asomar la cabeza  vio que la casa había desaparecido, ni paredes ni tejado. Todo había quedado reducido a cenizas. Resultaba irónico que  la puerta y su cerco aun se mantuvieran  en pie. Él la utilizó para “salir al exterior”. En su jardín ya no había hierba, ni flores, solo polvo gris y humo. Se tapó la nariz y la boca con las manos. Hacía un calor infernal .Se puso  a caminar y fue entonces cuando vio  a los muertos a través de la neblina. Carbonizados en mayor o menor medida, muchos  se encontraban tendidos en el suelo, la explosión les había sorprendido dirigiéndose a sus quehaceres diarios.  Su vecino, que acostumbraba a sentarse en la escalinata de entrada a su casa a aquella hora, aun seguía allí, en la misma posición, un esqueleto negro  cuyas  cuencas vacías contemplaban el ir a ninguna parte de la multitud.
En ese momento una música de orquesta comenzó a escucharse. Al principio era apenas audible, pero  de forma gradual el volumen fue subiendo. El extendió los brazos, miro al cielo y…empezó a cantar. Era una canción melódica y triste. Sonaba a final de algo. El final de “Hiroshima y Nagasaki: El musical”. El público rompió a aplaudir incluso antes de que el terminara su interpretación.