-Belardo,
chiquitín, despierta, vamos, hay que levantarse, llegarás tarde… - cada mañana,
a las seis, la voz de la madre de Belardo salía del magnetófono conectado a su
despertador. Hacía unos años, antes de que la mujer falleciera, le había hecho
grabar aquel mensaje. Le gustaba despertarse como cuando era niño y tenía que
ir a la escuela. Belardo, a oscuras, pulsó el botón que había en la parte
superior del aparato. Su madre calló. Encendió la pequeña lámpara de la mesita de noche y se incorporó
con mucho cuidado. Dormía con su peluca puesta, protegiendo el peinado con una
redecilla. Quitó esta con suma delicadeza y salió de la cama camino del cuarto
de baño. Vestía su traje de hombre
desnudo, uno de esos con los pectorales y abdominales dibujados. No soportaba
ver su cuerpo sin ropa y aquel disfraz le ayudaba con su problema, a todos los
efectos ya era como su propia piel. Una vez en el baño echó la primera meada del
día, la más amarilla. El falso pene de gomaespuma del disfraz estaba agujereado
para permitirle hacer sus necesidades, al igual que la raja del culo estaba
abierta con el mismo fin. Belardo tiro de la cadena y se lavó las manos. Luego,
con el mismo cuidado que había puesto a la hora de quitarse la redecilla de la
cabeza, se puso un gorro de ducha y abrió el grifo de la misma. De vez en
cuando metía la mano debajo del chorro
para controlar cuando el agua llegaba a la temperatura óptima. Pasados unos minutos se metió dentro, echando la cortinilla para no salpicar
fuera. Belardo se duchaba vestido con su traje de hombre desnudo. Luego tenía
que emplear una hora larga pasándose el secador, borrando hasta el último
rastro de humedad de su falsa piel. Cualquier cosa con tal de no ver su verdadero cuerpo.
La idea del disfraz había sido de su psicoterapeuta, el doctor Hiller. Belardo tenía
gran confianza en él, aunque sospechaba que era un antiguo criminal de guerra
nazi encubierto. Terminó de ducharse y después de retirar cuidadosamente el
gorro, comenzó con el ritual del secado. Tras una hora y media de arduo
trabajo, su “cuerpo” estaba completamente seco. Ya solo quedaba maquillarse.
Belardo era presentador de televisión. Su programa de entrevistas era el de
mayor audiencia del país. Siempre llegaba a los estudios totalmente
preparado para grabar. Él elegía su
vestuario, se peinaba y, por supuesto, se maquillaba. En realidad Belardo iba a todas partes como si
fuera a hacer un programa de televisión: vestido de traje, con su peluca
peinada de manera perfecta y pintado como una puerta. Pensaba que en la vida
real lucia igual que a través de la pantalla. Pero no.
Continuará...