28 oct 2011

Pelo de tonto (El folletín) Capítulo 2


-Belardo, chiquitín, despierta, vamos, hay que levantarse, llegarás tarde… - cada mañana, a las seis, la voz de la madre de Belardo salía del magnetófono conectado a su despertador. Hacía unos años, antes de que la mujer falleciera, le había hecho grabar aquel mensaje. Le gustaba despertarse como cuando era niño y tenía que ir a la escuela. Belardo, a oscuras, pulsó el botón que había en la parte superior del aparato. Su madre calló. Encendió la pequeña  lámpara de la mesita de noche y se incorporó con mucho cuidado. Dormía con su peluca puesta, protegiendo el peinado con una redecilla. Quitó esta con suma delicadeza y salió de la cama camino del cuarto de baño. Vestía su traje de hombre desnudo, uno de esos con los pectorales y abdominales dibujados. No soportaba ver su cuerpo sin ropa y aquel disfraz le ayudaba con su problema, a todos los efectos ya era como su propia piel. Una vez en el baño echó la primera meada del día, la más amarilla. El falso pene de gomaespuma del disfraz estaba agujereado para permitirle hacer sus necesidades, al igual que la raja del culo estaba abierta con el mismo fin. Belardo tiro de la cadena y se lavó las manos. Luego, con el mismo cuidado que había puesto a la hora de quitarse la redecilla de la cabeza, se puso un gorro de ducha y abrió el grifo de la misma. De vez en cuando  metía la mano debajo del chorro para controlar cuando el agua llegaba a la temperatura óptima. Pasados unos minutos se metió dentro, echando la cortinilla para no salpicar fuera. Belardo se duchaba vestido con su traje de hombre desnudo. Luego tenía que emplear una hora larga pasándose el secador, borrando hasta el último rastro de humedad de su falsa piel. Cualquier cosa con tal de no ver su verdadero cuerpo. La idea del disfraz había sido de su psicoterapeuta, el doctor Hiller. Belardo tenía gran confianza en él, aunque sospechaba que era un antiguo criminal de guerra nazi encubierto. Terminó de ducharse y después de retirar cuidadosamente el gorro, comenzó con el ritual del secado. Tras una hora y media de arduo trabajo, su “cuerpo” estaba completamente seco. Ya solo quedaba maquillarse. Belardo era presentador de televisión. Su programa de entrevistas era el de mayor audiencia del país. Siempre llegaba a los estudios totalmente preparado  para grabar. Él elegía su vestuario, se peinaba y, por supuesto, se maquillaba.  En realidad Belardo iba a todas partes como si fuera a hacer un programa de televisión: vestido de traje, con su peluca peinada de manera perfecta y pintado como una puerta. Pensaba que en la vida real lucia igual que a través de la pantalla. Pero no.
                                                                                                                                  
Continuará...