Debí haberlo sospechado desde el principio. Pero equivocarse forma parte de mi trabajo. El asesino no había sido ni el vecino de arriba ni el de abajo. La persona que había clavado alcayatas por todo el cuerpo de la víctima, un anciano que solía ponerse a colgar cuadros todos los Domingos a la hora de la siesta, había sido el vecino de al lado.
Resuelto el caso* la vida volvía a sonreírme. Klinga, mi esposa, no iba a creerme cuando le dijera que ya podía llevarla a Ikea.
*Después de 4215 paginas de novela.