La respuesta es muy sencilla para mí. Lo recuerdo. No como si fuera ayer, pero con la claridad suficiente. Unas veces lo hizo mi amigo E. y otras yo mismo. Resultaba tan excitante cometer el asesinato como ser el asesinado. Cuando a mi me correspondía ser el magnicida mi amigo era la víctima, luego los papeles se invertían y así alternativamente.
Nunca oí de ningún niño que jugara al atentado de Kennedy en la hora del recreo. Para nosotros el presidente tenía el rostro de Martin Sheen, el actor que le interpretaba en la serie cuyo último episodio tanto nos fascinó. En mi caso particular era una fascinación similar a la que sentía al ver las últimas escenas de cualquier película sobre la vida de Jesús, de las que ponían en Semana Santa.
Debo aclarar que mi amigo E. y yo nunca jugamos a la crucifixión de Cristo y para los que piensen que éramos dos niños abducidos por el imperialismo yanqui, comentaré que durante algún tiempo, con nuestros cochecitos, escenificamos el atentado de Carrero Blanco.
